Motores del crecimiento, el caso a favor de la equidad
¿Porqué hay países ricos y países pobres? Esta cuestión ha plagado a economistas desde que Adam Smith escribió “La Riqueza de las Naciones”, publicado en 1776. El crecimiento económico ha sido modelado de forma analítica desde mediados del siglo XX por Solow y Swan, con aportes en años sucesivos por Lucas, Acemoglu y Hanushek. Este año, el Nobel en Economía fue para Nordhaus y Romer, quienes introdujeron el cambio climático dentro del análisis. Nuevos trabajos indican que la importancia de ciertos factores que empujan al crecimiento difieren según el nivel de ingreso del país, pero la literatura está lejos de determinar un claro camino a seguir. Actualmente, algo en lo que sí están de acuerdo los economistas es: para que países de bajos ingresos converjan a los niveles de bienestar de los países desarrollados es necesario que su Producto Bruto Interno (PBI) no solo crezca, sino que lo haga por un largo periodo.
En ese sentido, Andrew Berg y Jonathan Ostry, del Fondo Monetario Internacional, publicaron un estudio sobre las asociaciones entre la desigualdad y la fragilidad del crecimiento económico. En el mismo, argumentan que luchar contra la inequidad y el bienestar a largo plazo pueden ser dos objetivos complementarios. Los autores plantean que uno de los canales por los cuales la desigualdad puede afectar al crecimiento es por medio de imperfecciones en el mercado de crédito. Personas de bajos ingresos pueden verse imposibilitadas a financiar su educación, por lo que una mayor distribución del ingreso aumentaría la inversión en capital humano y, por ende, el crecimiento.
En su análisis, los autores se focalizan en los quiebres de la tendencia de las tasas de crecimiento, es decir: los momentos en donde se desvía la tasa de lo que venía siendo. Un quiebre positivo implica un aumento en la tasa de crecimiento del PBI estadísticamente significativo, seguido por un año de al menos dos por ciento de crecimiento. Uno negativo implica lo opuesto, seguido por un año de menos de dos por ciento de aumento del PBI. El tiempo entre un quiebre positivo y uno negativo es denominado periodo de crecimiento. La muestra utilizada para el estudio consiste en 78 quiebres positivos de crecimiento y 96 negativos de países desarrollados y en vías de desarrollo de todos los continentes. Utilizan como medida de inequidad el índice de Gini, el cual toma un valor de cero si todos los hogares tienen el mismo ingreso y 100 si un hogar tiene la totalidad del ingreso.
El proceder empírico de Berg y Ostry siguó la lógica de que la probabilidad de que un periodo de crecimiento termine depende de su duración actual y de otros factores que los autores denominan como “peligros” del crecimiento. En la primera etapa del análisis, estudian la relación entre estas posibles determinantes, individualmente, y la longitud de los períodos. Encuentran que la calidad de las instituciones, el desarrollo financiero, la estabilidad de indicadores macroeconómicos, aumentos educativos y de salud, y reducción de la desigualdad, entre otros, están asociados con períodos de crecimiento más largos. En la segunda etapa, evalúan robustez para identificar de mejor manera los efectos de cada una de las variables del crecimiento. En particular, la inequidad puede estar captando los efectos indirectos de las malas instituciones o la baja calidad en salud y educación. Los resultados de esta segunda etapa arrojan que la distribución del ingreso está robustamente asociada con la duración de los periodos de crecimiento.
El resultado clave de este trabajo es la identificación de la distribución del ingreso como uno de los factores más importantes asociados al crecimiento sostenido. En concreto, una reducción del percentil 50 al 40 del índice de Gini de un país está asociada con un período de crecimiento 50 por ciento mayor. Es importante destacar que no se determinó causalidad entre las variables estudiadas; sin embargo, el estudio de Berg y Ostry aporta nuevos hechos estilizados al estudio del crecimiento económico.
Este estudio implica que llevar a cabo políticas públicas para la reducción de la desigualdad no necesariamente tiene que estar justificado por cuestiones meramente sociales, sino que también puede contribuir a aumentar la riqueza de un país. Entre estas políticas, se identifican los subsidios a bienes principalmente consumidos por los segmentos de bajos ingresos e inversiones efectivas en educación y salud, a modo de disminuir la desigualdad y aumentar el desarrollo del capital humano. En un mundo en donde la desigualdad dentro de los países asciende, es crítico atacar este problema para que las economías de medios y bajos ingresos continúen convergiendo hacia los países desarrollados.
Article source: Ostry, Jonathan, and Andrew Berg. “Inequality and Unsustainable Growth: Two Sides of the Same Coin?” IMF Economic Review, 65(4), (2017): 792-815.
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